Anna cerró los ojos para concentrarse en las sensaciones que se abrían paso por su cuerpo. Abrió los labios en una mueca salvaje y aspiró entre dientes antes de desplomarse sobre el sofá en un gesto de evidente naturaleza sexual. Alzó las caderas y buscó el cielorraso con el extremo de su barbilla, sin dejar de apretar en ningún momento el trozo de papel contra su antebrazo. A medida que la tinta se abría paso por el sistema linfático de Anna, su voz se fue rompiendo en unos jadeos cada vez más intensos, hasta desembocar en un temblor en el que todo su cuerpo se contrajo antes de distenderse de una vez por todas.
—«La vida es un país extranjero» —recitó—. Jack Kerouac.
Y luego, con el pecho hinchado aún por una respiración entrecortada, abrió los ojos para lanzarle a Kamil una invitación muda. Él revolvió las papelinas con nerviosismo. Trató de coger una, pero lo único que consiguió fue hacer que resbalaran juguetonas entre sus dedos. Cuando al fin logró prender una, la apretó contra su antebrazo sin echar siquiera un vistazo a lo que llevaba escrito.
—«Me dan miedo esas grandes palabras que nos hacen tan infelices» —tartamudeó—. James Joyce.
—Ésa es buena —reconoció Anna, retrepándose en el sofá. Estiró el brazo para extraer una nueva papelina y se mordió el labio inferior, saboreando el placer de la anticipación. Cuando apretó el papel contra su antebrazo y la tinta alcanzó su circulación sistémica, se dejó caer de nuevo sobre el sofá.
—«Creer significa liberar en sí mismo lo indestructible o mejor: liberarse o mejor aún: ser indestructible o mejor aún: ser».
—«Volví a sentir los latidos de su corazón y la sangre circulando por dentro de su carne como si fuera un río de leche» —se apresuró a responder Kamil, apretando una nueva papelina contra su antebrazo.
Anna rio, devuelta a una infancia que todavía desconocía el significado de la palabra tabú. Una infancia en la que el Diablo se sentaba a la sombra de un alerce y componía canciones que luego hacía volar con el viento.
—«El culo es la cara del alma del sexo» —silabeó casi, dejando que la lujuriosa palatalidad de la letra ele le entrecerrara los ojos y le lamiera el velo del paladar.
—«El amor es una niebla que quema con la primera luz del día de la realidad» —contraatacó Kamil.
—«La relación sexual es darle patadas en el culo a la muerte mientras cantas» —lo provocó ella.
—«El amor no es repetición. Cada acto de amor es un ciclo en sí mismo, una órbita cerrada en su propio ritual».
Por un momento, sólo se escuchó el ruido de la agitada respiración de la pareja. Los ojos de Anna clavados en los de su compañero. El corazón de Kamil bombeando su sangre con la fuerza de un ejército invasor. Solos ellos dos, en medio de un mundo que parecía haber dejado de existir.
Hasta que Anna rompió el silencio.
—¿Qué basura es esa? —preguntó, puede que no en el tono que Kamil hubiera deseado escuchar.
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