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En este blog he hablado muchas veces de productividad. De cómo sacar el máximo rendimiento de cada sesión de trabajo, de cómo averiguar en qué momento del día rendimos mejor, etc.
La productividad podemos medirla en palabras por día o palabras por sesión, aunque yo siempre recomiendo hablar simplemente de horas trabajadas por día para evitar que el editor interno entre en escena con demasiada fiereza.
Pero ¿qué hay de la creatividad?
Y es que, mientras que las palabras y las horas son fácilmente cuantificables, la creatividad no lo es.
Tiempo y creatividad
Tal vez ya conozcas este vídeo, pero no quiero perder la oportunidad de compartirlo contigo.
A un grupo de niños de un colegio les dan un dibujo que deben completar en diez segundos. Todos los niños cumplen con su tarea de forma satisfactoria, pero todos ellos dibujan lo mismo a partir de los trazos que les han dado: un reloj.
A otro grupo de niños, en cambio, les dan diez minutos para completar ese mismo dibujo. Y entonces los resultados son completamente diferentes: hay algún reloj, sí, pero también hay cometas, gatos, personas… Todo un derroche de creatividad a partir de esos mismos trazos.
La única variable que ha cambiado es el tiempo.
Además de escribir mis propios libros, también acepto encargos editoriales y (casi) todo tipo de proposiciones indecentes. Estos encargos traen consigo un mínimo de dos condiciones: por un lado está todo lo referente al tono y al estilo que el editor quiere que tenga el libro, y por otro lado está también la variable tiempo: ¿cuándo quiere recibir el manuscrito finalizado?
Suelen ser unos proyectos con plazos muy ajustados. Así que hay que maximizar la productividad para que luego, al final del todo, sobre algo de tiempo para ser creativo.
Cuando uno escribe a destajo siempre echa mano de las soluciones que tiene más a mano. Por eso conviene tener siempre bien lleno el pozo creativo de uno, para que esas soluciones que tenemos más a mano no sean clichés y no sean necesariamente las más sencillas.
Pero para ser creativos de verdad, para tener esos preciados momentos Eureka, hace falta tiempo.
Los momentos eureka
El rey Hierón II le pidió a Arquímedes que averiguara si su corona estaba hecha de oro puro o no. El reto no era para nada trivial, y menos aún en aquellos tiempos, pero el sabio griego lo aceptó. Intentó resolver el problema de muchas formas, sin éxito. Hasta que un día, mientras estaba dándose un baño, se fijó en cómo el volumen de agua que desplazaba su cuerpo al sumergirse era igual a su volumen. Entonces gritó: ¡Eureka! ¡Lo he descubierto!
Todo apunta a que esta historia no es más que una leyenda, pero nuestra escritura depende de estos momentos Eureka: de esos preciosos instantes en los que uno parece dar con la palabra o idea clave sin apenas esfuerzo.
Pero, veamos qué es lo que realmente sucede en nuestro cerebro.
John Kounios, investigador de la Universidad de Drexel, sostiene que uno puede resolver problemas tanto a través del análisis, de una forma consciente y metódica, como a través de la inspiración. Pero lo curioso es que esa supuesta inspiración sólo puede llegar después de que nuestro cerebro haya pensado mucho sobre un problema concreto.
El cerebro nunca descansa. Mientras nosotros descansamos, él está explorando toda su potencialidad y probando conexiones entre sus diferentes áreas. Se cree que es así como llega a activar algunas zonas que nosotros, en nuestra obsesión por encontrar la solución a un problema, podemos haber bloqueado.
Pero para que todo esto suceda, claro, hace falta tiempo.
Tiempo de análisis, y tiempo de descanso.
¿Qué hacer entonces?
A pesar de que aún haya fenómenos literarios, las novelas cada vez venden menos ejemplares. Así que cada vez hace falta tener un catálogo más amplio para poder vivir exclusivamente de la literatura. En el caso de los autores independientes que venden sus obras a través de Amazon, por ejemplo, se recomienda publicar una novedad cada tres meses, cosa que resultaría contraproducente para cualquier autor que publique en el mercado tradicional.
El problema es que muchas de estas novelas escritas a la carrera parecen fabricadas con una churrera marca ACME. Parecen estar construidas apilando unos bloques que ya hemos visto usar una y mil veces en otras novelas. Y, lamentablemente, la simple yuxtaposición de soluciones poco creativas no es una solución creativa en sí misma.
Tiempo y creatividad son dos caballos que tiran del escritor en diferentes sentidos. Pero si sitúas tu escritura en el punto dulce en el que se cortan esas dos líneas, si te planificas teniendo en cuenta que la creatividad necesita un tiempo para desarrollarse y tiras de disciplina para cumplir con esa planificación previa, tal vez logres tu objetivo.
Lo que no puedes hacer es dejar de intentarlo.
A pesar de los tiempos que vivimos y de lo de tener un amplio catálogo amplia, con lo cual se premia más la cantidad que la calidad, yo también prefiero la escritura sosegada, dejando macerar una historia en mi cabeza y sacándola poco a poco. Me gusta publicar algo cuando siento que está listo, y eso me lleva tiempo. Ya no solo la escritura sino además el trabajo posterior de corrección. Pero soy un poco de «la vieja escuela»…
Un abrazo.