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En la primera entrada de esta temporada, ya os anuncié que habría muchas novedades.
Pues bien: la primera de ellas van a ser estas propuestas de escritura.
¿Cómo funcionan?
Lo que os propongo es que escribáis un breve relato de menos de 150 palabras tomando como partida esta foto, y lo compartáis con todos nosotros en la sección de comentarios.
¿Os animáis a hacerlo?
Fotografía cortesía de jesuscm
AMPARO
La nevada lo cubrió todo. Será difícil correr sus tres kilómetros diarios: decide caminar aunque se hunda. La marcha es difícil. Consigue llega al segundo banco. Bajo la mesa de madera, ve un bulto irreconocible. Consigue tocar lo que parece una gran maleta. No. Es el cuerpo de un perro muerto de frío. Ama a los animales: le impide dejarlo abandonado donde está. Le sacude la nieve. Es un animal grande y blanco. Con esfuerzo lo carga en sus brazos y lentamente, consigue llevarlo a su casa para darle sepultura. Tarda una eternidad. Al entrar deposita al animal en un sillón del living y lo tapa con una frazada vieja. Recién ahí él se arropa, se descalza las zapatillas y se prepara un té caliente. Cuando vuelve al sillón, asombrado, ve que el perro está sentado y le empieza a lamer las manos, agradecido.
Es cierto, como podría olvidarlo. Fue la tarde mas triste de mi vida en el viejo Parque Lewis. El invierno lloraba áspero, la nieve habia caido por casi diez horas continuas sin reselo, pero nada de eso me importó. Llegue a la hora que me habias citado teniendo muchos pensamientos que pasaban de uno a otro como una locomotora sin frenos.
Al llegar cruce el puente, bajé por el sendero y me acomodé en una de bancas donde me habias pedido que te esperará; levante la mirada, noté el sufrimiento de los árboles por el frío, la colina Marshal se imponía entre el silencio del lugar. Fueron dos horas que sufrí tu espera, resignandome a que no llegarías, tomé el riachuelo, caminé sin mirar atrás, pero supe que te dejé huellas por si llegabas te imagináras mi triste existencia.
Conducía velózmente a pesar de la nieve. La criatura le seguía muy de cerca. Había perdido el miedo a la luz diurna y eso la hacía más letal.
El coche se descontroló y acabó estampado contra un grueso árbol. Incapaz de volver a arrancarlo salió y corrió costosamente por el nevado parque.
Se apoyó para tomar aire en uno de los merenderos que tantas veces había visitado. Cada bocanada le hería la garganta como un millón de agujas. Pero no podía detenerse, tenía que seguir corriendo o no lo contaría.
Los pies se le hundían cada vez más en la nieve, las fuerzas se escapaban por su boca en forma de vaho y le era imposible correr. Andaba costosamente en dirección al puente que cruzaba el río. Pensaba que sería un buen cobijo. Pero al llegar ahí ya estaba esperandolo ella, la criatura más terrible que había visto jamás.
Antes de darme la vuelta y regresar a mi mundo me quedé mirando la estela de un adiós que desde ese momento intuí que cambiaría toda mi vida. Ya no le veía, pero por cada paso suyo que quedó impreso sobre la nieve vino a mi un fotograma de las horas vividas juntos, de una aventura que jamás pensé que alguien como yo podía llegar a vivir. Una persona normal, con un trabajo corriente, con una hipoteca que me convertía en rehén de un modelo de sociedad en el que no cabían despedidas en un parque nevado, aterido de frío pero ardiendo en deseos por volver a encontrar a una princesa en apuros en una de las habitaciones del viejo castillo de la colina. Pero esa sería reflexión para otro día, porque el gran salto en mi vida comenzaba en este preciso momento.
-¿Por qué? – se preguntaba -¿por qué tuve el valor de hacerle mal a quién más me ayudó, pero no a quien lo merecía? Algo en mi no está bien….
El recorrido en automóvil hasta el colegio de pupilas era siempre el mismo hace años, y el mismo desgano por escuchar sermones matutinos que no cambiaban su vida, ni le mejoraban ni la hacían peor. Esa mañana de invierno el viaje tuvo algo aterrador, vinieron su mente imágenes de hechos que no sucedieron, no los recordaba. Todo era muy claro, esa sensación desesperante de saber que los eran verdaderos, pero sin saber cuándo ni dónde, muchos menos por qué. Una sensación de que otra Lucía estuvo en el parque esa noche. La peor pregunta era ¿quién? Su futuro no prometía más que muchas peores imágenes, pero de ahora en mas muy claras y consciente de que ella lo hizo.
1971, era el invierno más crudo, después de tantos años, observo en lontananza en el cerro aquel,que junto a mi hermano ya en la primavera subíamos, en juegos pueriles de villanos y gitanos.
Recuerdo las mesas, ahora cubiertas de nieve, las visitas en familia, su madre desesperada por atender a los más pequeños, mi padre a un costado atizando el carbón en la parrilla.
A un lado un pequeño riachuelo que sobre el puente algo vetusto siempre pasaba, y en aquel riachuelo hoy gélido, mi hermano y yo veíamos corres las hojas caídas de los árboles llenos de vida. Ahora mis recuerdos, al contemplar el paisaje actual, también se hielan en esos momentos idos de aquella infancia de 1971, recuerdos con cariño y son el acicate y calor en este invierno el más crudo que he vivido, cae ya la tarde y regreso con el corazón henchido, que mañana es otro día.
A pesar de mis últimas palabras, te sigo queriendo pues mi mayor pecado fue no abrirme y permitir que el tiempo curase las heridas que nos separaron. Los besos transportaron nuestros sentimientos por entre abrazos y caricias para terminar por fenecer en lo más íntimo de nuestra existencia. Hoy, doce años más tarde, mi corazón se ve reflejado en este paisaje, frío y desolado, sin esperanza de volver a encontrar el calor del astro rey tras tu partida hacia el infinito.
Miré por la ventana y el día estaba perfecto. Mi pensamiento me señalaba que no podía no aprovechar el momento, como en ocasiones anteriores me había sucedido y mi mente se desbordó de recuerdos mágicos. Genial!!!, me dije, coge las prendas de abrigo y vete a perderte por los caminos más blancos que te está mostrando la vida. De ésta forma es como empecé a sentir el mundo de una manera totalmente diferente a la que estaba acostumbrada; esa oscuridad pesada de agradar a todas las personas que se cruzaban en mi vida, sin pensar para nada en la más importante. Siempre me había enamorado la costa, el sol, el olor que desprende el mar, pero ese día comencé a atender lo que mis ojos recogían y a ponerle toda mi conciencia. Fue extraordinario; encontré lo que verdaderamente necesitaba, estar conmigo misma y que renaciera mi maravilloso mundo interior.
Se despierta en la madrugada, estira el brazo como para tocar a su amada y nota que no la alcanza, abre los ojos y ve que a su lado no hay nadie, solo las sabanas arrugadas producto de una noche pasional. Espera unos segundos en silencio queriendo escuchar algún ruido en el baño o la cocina y nada, el silencio continúa. Se levanta, observa por la ventana que había nevado, revisa en el baño, luego se dirige a la cocina, la cabaña es muy chica pero acogedora; no encuentra a su amor, corre la cortina y observa pisadas en la nieve.
–se ha ido- piensa
Busca alguna nota sobre el desayunador, se da cuenta que no lo utilizó, se viste a toda prisa, abre la puerta y sale remarcando las pisadas que Ana dejó sobre la nieve fresca.
Recorre todo el parque confundido sin entender por que su amor se había ido. Se le vienen a la mente todos esos hermosos momentos pasados y en cada banco de ese jardín.
De pronto observe desde lejos, algo que le llama la atención bajo el puente, ese de los tantos recuerdos. Y se dirige corriendo.
Allí estaba Ana de rodillas. Él la abraza, por que lloras no entiendo. Por favor explícame.
– No te quiero más, no puedo seguir fingiendo – le contesta ella
– No te entiendo, que pasó mi amor. Nos quisimos tanto estas noches juntos – él
– Fue todo una aventura, lo pactamos así – contesta ella. – por favor volvamos, tengo una vida que no quiero perder.
-Está aquí.
La sentencia del viejo era clara. Nadie del pueblo usaba ya aquel camino, ni siquiera nosotros. Hacía diez inviernos desde que nos mudamos de la casa de la colina. No recuerdo el porqué, probablemente el viejo quería ahorrarse la caminata hasta el pueblo. Lo recuerdo siempre así de viejo, quejumbroso y dolorido. Parece que fue ayer cuando recibimos la carta. Lo primero que hizo fue soltar un taco. Lleva molesto desde entonces. Yo también lo estaría. Ciertamente lo estoy, pero por causa diferente. Yo soy del pueblo, uno más, pero uno libre. Si el viejo quiere volver a servir a su amo, adelante. Aunque fuera lo último que deseara, él acabaría de nuevo en la casa, lo sé, lo sabe. Yo quiero elegir. Deseo poder darme la vuelta y no volver jamás. Pero tengo que plantar cara a diez años de abandono.
-No olvides llamarle padre.
(148 palabras)
Pues, ¿qué quieres que te diga, Abel? Me ha sorprendido y encantado la propuesta que traes en esta entrada. Ha sido genial dedicarle tiempo a este ejercicio de inspiración. No estoy seguro de haber conseguido el efecto que deseaba en mi texto, pero escribir es siempre positivo jeje 🙂
Voy a leer el resto de relatos, ¡lo estoy deseando!
Me alegro mucho de que hayas disfrutado con esta propuesta, Rafa. La verdad es que escribir para mí es algo muy parecido a esto… una mezcla de reglas y creatividad.
¡Gracias por participar!
La ventisca había cesado hace horas, tenia tanto sueño que ni siquiera noté cuándo dejó de nevar.
Me levanté y tomé mi abrigo para salir. Todo estaba cubierto de nieve, como si no existiera otro color más que el blanco. Era como estar en el cielo.
Aunque extrañamente, no había nadie afuera, ni siquiera un niño.
Caminé un poco entre la espesa nieve hasta llegar al asfalto. La nieve era tanta que abarcaba casi todas mis piernas. El frío era tan intenso que congelaba mis pasos.
De pronto algo llamó mi atención: las puertas y ventanas de algunas casas estaban abiertas. «¿Acaso fue tan fuerte la tormenta?», me preguntaba a mí mismo.
Mi curiosidad despertó en un instante y me apresuré a la morada más cercana. Llegué a la puerta y caí dentro de la casa.
Para mi sorpresa, no había nadie.
Intenté buscar a alguien, pero todos habían desaparecido…
Y mis piernas no se movían, mis manos no se sentían y el tiempo se había roto para siempre. ¿Cuantas veces caminé por aquí? -me dije. Y mi mente disparó decenas de sondas hacia lo mas recóndito y oscuro de mi memoria. Sin éxito, comprendí que nada se asemejaba a ese momento.
Me quité la nieve de la cara. Restregué mis ojos. Veía una grieta en el suelo. No tardaría en comprender que era tan solo un eco de algo más profundo e interno.
Ayer apenas Julia y yo nos pasamos la tarde completa, en una de esas toscas mesas del Gran Parque con un sol espléndido, los abetos verdes y bailarines al son del viento, y una gramilla que se extendía en esa planicie hasta el arroyuelo.
Estuvimos platicando sobre nuestro blog, donde abordaríamos, para desmentirlo de una vez por todas, el tema de la destrucción progresiva de la naturaleza a manos de la raza humana, pues habíamos llegado a concluir que se trataba, sin duda, de una estupidez más, inventada con algún fin oscuro.
Amanecer hoy con esta nevada estival, aunada a tan espeluznante sacudida nocturna en esta zona asísmica, me ha llevado a deshacerme de mi ordenador y a entrar en serio conflicto con Julia.
Se desperto con mucho frío, froto sus ojos, no podia creer que estaba en el parque, como habia llegado allí?. Mira a su alrrededor, no habia nadie, el silencio era absoluto. Se pudo de pié con dificultad y descubrió que estaba descalza…un escalofrío corrió por su cuerpo al descubrir que su panza de ocho meses de embarazo ya no estaba, un charco de sangre la rodeaba.
Cayó sobre sus rodillar y lanzó un grito de desesperación….en ese momento siente una presencia en su espalda, gira de golpe y allí estaba..esperando…los colmillos le sangraban… su mirada la asechaba.
De un salto se aferró a su cuello sin dejarla respirar, luchó con todas sus fuerzas… la soltó al no sentir la presión de sus manos…y se fué.
La noche había sido muy gélida y a la luz del nuevo día, un manto blanco cubría todo alrededor del edificio. Era muy temprano y había que salir a seguir la rutina del día, se alistó con su ropa y botas, para caminar a través de la nieve.
En su cuerpo sentía el pesar de caminar sobre esa gruesa capa de nieve, más pesaba que en su mente se cruzaban muchas ideas, pensamientos diversos rondando por la cabeza durante los últimos días. Hoy pareciera que todas ellas se han agolpado, a cada paso, que con poca facilidad se podía dar, le permitía recordar todas y cada una de ellas.
De pronto, el viento le golpea la cara, haciendo que su mente regrese al momento presente. Gira su mirada hacía el camino recorrido y el paisaje le lleva a reflexionar “acaso solo voy caminando sin un rumbo”. Y tuvo su epifanía.
Pensar que no me creías, verdad? Nunca había nevado así, nunca. Tal vez esta historia del cambio climático. Tal vez la tristeza. Finalmente, habíamos quedado solos. Yo nunca más volví a cruzar el puente, me quedé de este lado a esperar a pesar de todo. De la familia Bouvier tampoco supimos nada más hasta el día que llegó la hija y encontró muertos a los animales. Sus hermanos ya no estaban. Pensar que siempre estábamos en el parque, pensar que nunca había logrado que te sentaras en los bancos, como una señorita. Siempre sobre las mesas, como sobre un escenario, tu pedazo de mundo. Ahora, llenos de nieve, los árboles huérfanos de hojas y esas ramas con la que hacíamos la fogata de San Juan sin que el fuego se anime a aparecer. No es que sea feo el paisaje. Es pura ausencia, nada más.
Uf, no doy más, maldita nieve.
Gordo ruin, pesa como una tonelada, si pudiera usar la carretilla, pero con esta nevada sería imposible hacerla rodar.
Uf, Por suerte ya estoy llegando al rió.
Tengo que lograr romper la capa de hielo para que se hunda hasta el fondo, con algunas piedras dentro de la bolsa será suficiente y con un poco mas de suerte, el deshielo se lo llevara muy lejos, no aparecerá nunca más.
Maldición, ya está amaneciendo, uf, debo apurarme, aunque con este frió no creo que nadie asome la nariz por el parque hasta media mañana.
El muy imbécil pensaba que nunca me daría cuenta. Cerdo traidor! Fue un verdadero placer cortarte el cuello. Como pataleaba mientras se desangraba. Que desastre quedo en casa, debo apurarme y deshacerme rápidamente del cuerpo para limpiar el estropicio.
Tranquilo, tranquilo, ya veo el rió, si, si, falta muy poco.
Roberto González Oliveira
camino sobre una superficie , de miedos perdidos en mi mente ,para pretender entender el destino
A esas horas del atardecer, cuando el sol se oxida sobre las copas de los arboles, el parque entero se encontraba cubierto de nieve.
El asiento de siempre estaba vacío. Buscó con la mirada la opción imposible de que por esta vez, esta tarde ella hubiese elegido alguna otra de las húmedas tablas de los bancos del lugar.
Esperó parado junto al farol aún apagado, agitando la tenue duda de un imprevisto que la haya distraído o demorado. Se agitó las manos y las metió en el gamulán, el frío cortándole las venas y coloreándole las mejillas. Miró sobre el puente y le pareció verla, el gorro fucsia, el pompón enorme, la chalina al viento y el pelo alborotado. La sintió tanto que le dolieron las tripas. Entonces algo brilló sobre la mesa. Se acercó. El anillo refulgía y la nota, bajo una piedra enorme gritaba sordamente “ya no más”.
Ni como negar que te fuiste; al no sentirte ni verte apenas desperté, me levanté y te busqué por la estancia y al no dar contigo, como último recurso miré por la ventana y ahí estaban tus huellas; el testimonio de tu huida. Mucho me hubiese gustado saber de tus intensiones antes del amanecer de aquella noche. Seguí mirando y te imaginé corriendo lejos de mí, y no obstante que el sol ya calentaba el ambiente, no solo sentía frio; lo podía mirar y hasta palpar con mi mano…el frio. ¿Es que lo tenías previsto? ¿Así lo planeaste? Ya sé, no querías ver mi rostro desfigurado al escuchar que te ibas; que me dejabas. Cuan diferente era el paisaje día antes, cuando juntos paseábamos por ese parque lleno de gente: niños corriendo, parejas conversando de pie, otras sentadas en los bancos, y todos dentro de sus distintas realidades, se veían felices como nosotros…como pensé que nosotros…
Bonita propuesta Abel. La próxima redimure mi imputu por mandar pirque tienen tanto nivel los relatos que uno se da cuenta de lo mediocre que es.
Saludos y enhorabuena a todos
Desconsuelo
Emilio se sentía solo, el invierno desierto y tenebroso se confundía entre sus sentimientos de tristeza y desolación, Todo alrededor era frío, nada pareciera tener vida. Caminó por el parque y solo alcanzaba a ver los árboles desnudos. Sus pisadas gigantescas permanecían incrustadas en la nieve, queriendo dejar en ellas la carga que le angustiaba. El ruido acelerado del tren reventaba su tristeza, creándole mayor ansiedad y confusión. Aún así, continúa su marcha dirigiéndose hacia el.
De pronto escucha la voz de Antonio, su hijo de trece años, Emilio reacciona ante el grito ahogado de su hijo.
Alicia, su compañera de 17 años, había muerto esa mañana en un accidente automovilístico, de manera instantánea. Emilio había perdido la razón. Al ver a Antonio, recapacita, dejando que el tren continúe su marcha, reconociendo que todavía le queda un inmenso motivo para continuar,
Se veía nieve y un surco sobre ésta. Unos cuantos árboles pelones. Un puente y un par (creo) de desperdigadas bancas desiertas. Esto era lo que había. Esto era el plato fuerte… y a todos les gustaba. Les fascinaba, casi enfermizamente. No supimos hasta que hora nos desbaratamos los sesos imaginando situaciones, emociones, recuerdos, frustraciones, deseos, enojos y hasta alguna que otra visita vacacional. Abrí mis ojos cuando todos, curiosamente, seguían moviendo sus pupilas epilépticas bajo los fruncidos párpados; los abrí cuando los más clavados forcejeaban furiosamente con su pene o su vagina (vayan ustedes a saber) y entonces me detuve. Gire en redondo y salí de la sala. Era un miserable y lo sabía. Un maldito egoísta y quizá un traidor también. Ni siquiera tuve el valor de hablarle al hombre blanco para que me sujetara las hermosas tiras que colgaban muertas. «¿Qué pasa?» me dijo el hombre sonriente «¿No quiere ser feliz, amigo»?. «No», le conteste sombrío. «Ya no» «¿Puedo volver ya?» dije con un gemido. El me miró con una mezcla de repugnancia y piedad. «Si, hombre, ya vayase» me dijo agitando un dedo. Y me fui. Me fui decidido a no volver jamás.
…
«Después de todo si eres un maldito bastardo» me dijo el hombre de la oscura caverna acolchonada. Le enseñe, sarcástico, los afilados colmillos mientras abría un poco las piernas y me tronaba los músculos del cuello. «Si que lo soy» le rezongue. Y acto seguido empecé a golpearme la cabeza contra las cuatro paredes… la locura era especialmente tranquilizadora cuando se era tan honesta…
– ¡Como me vuelvas a apuntar a la cara, te vas a enterar! -gritó el niño mientras lanzaba un bolazo con todas sus fuerzas a su hermanita. Bolazo que, por suerte o por desgracia, no alcanzó a la niña.
– ¿Eso es todo lo fuerte que sabes tirar? -reía la niña mientras intentaba huir de la furia del chico. Sus pies se hundían y era muy difícil correr.
Las piernas del niño eran más largas, así que sin mucha dificultad consiguió alcanzar a su hermana. Cuando estuvo cerca, se abalanzó sobre su espalda y ambos cayeron al suelo.
– ¡Quita de encima, que me hundes! -gritaba la niña mientras trataba de deshacerse de su hermano. De pronto, una voz lejana los devolvió a la realidad.
– Niños, tenemos que irnos a cenar -era su padre, mientras daba el último sorbo al café-. ¡Salid de la piscina de bolas y dejad de hacer el bruto!
Miro por la venta y veo a Alex sentado en el banco. Ya no es el mismo de antes: la mirada sombría, los hombros aplomados portando unos brazos mustios y huesudos y las piernas sin ritmo. Recuerdo el día que vino a verme para hablarme de Sofía, su nueva novia, una italiana de rompe y rasga con aspecto de fresca, como diría mi abuela. Era guapa de cojones y solía llevar un vestido ajustado color berenjena que acentuaban más si cabe sus encantos. Ese día Alex estaba pletórico pero se lamentaba porque había esperado mucho tiempo para atreverse a conocerla. Hablamos de los viejos tiempos, de sexo y de nuestros complejos. Hoy cuando lo veo cubierto de nieve me pregunto por qué ha cambiado tanto desde aquel día; la única vez que nos acostamos. Abro la puerta, se acerca y nos saludamos despacio. Hoy seguramente echaremos más de un polvo.
este es el que más me gusta de todos los presentados.
Con las botas llenas de nieve y los dedos de los pies azules me refugié debajo del puente. Pensé que no llegaría nunca. Saqué el yesquero de un bolsillo y algunos papeles y cartones que protegían mi cuerpo por debajo de la campera agujereada. Armé la fogata con algunas ramitas todavía secas. Sin duda que aquí pasaré la noche, pensé mientras avivaba el fuego a soplidos. A la mañana todo iría mejor. El único peligro parecía ser es rastro de mis pisadas, pero no tenía fuerzas para borrarlas. El fuego, imprescindible ahora, lo haré durar mientras nieve. De todas formas, con esa temperatura y considerando que todo el pueblo ha sido evacuado a primeras horas de la mañana, no imagino bajo ningún concepto que las tropas salgan tras un inútil rebelde. Y no me equivoqué. Hace una semana que estoy tomando aguanieve y esperando. Ya vienen. No me puedo mover.