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Unos personajes atractivos con los que el lector consiga empatizar son uno de los ingredientes de toda buena historia. Ya podemos construir nuestra trama de forma milimétrica o documentarnos en profundidad sobre los temas de fondo que ambientarán nuestra novela, que, si no conseguimos que el lector se interese por nuestros personajes, no habremos conseguido nada.
Hemos hablado en varias ocasiones sobre los diferentes tipos de personajes y sobre algunas formas en los que podríamos caracterizarlos, pero hay un requisito de obligado cumplimiento si queremos que nuestros personajes literarios tomen vida: debemos conocerlos a fondo.
Puede parecer algo demasiado obvio, pero nunca está de más recordarlo.
Pero… ¿no conocen todos los autores a sus personajes?
Lo cierto es que deberían.
Leamos
Robert acudió a la cita sabiendo que lo que Jane tenía que proponerle no sería nada bueno. Nunca lo era.
Antes de entrar a la cafetería se repitió una y mil veces que en esta ocasión no accedería a sus locas ideas, pero todo fue en balde. Ella le miró de esa forma tan suya que siempre le hacía perder la cabeza y, entrelazando los dedos en su pelo rizado con ese modo que sólo ella tenía de juguetear con él, le dijo lo que él llevaba temiendo tanto tiempo: «¿Te parece que hoy cenemos en un chino?»
¿Qué es lo que sabemos de Jane después de haber leído esta escena?
Nada. Sólo que tiene unas ideas que no son del gusto de Robert y que, de algún modo, siempre consigue ser muy persuasiva con él… a pesar de qué no lleguemos a saber demasiado bien cómo lo hace.
Y no lo sabemos, porque el autor tampoco lo sabe.
Nunca se ha parado a pensar en ello.
El lector nunca podrá imaginar cómo es la mirada de Jane si el autor no la ha reproducido antes en su cabeza para poder describírsela, del mismo modo que no podrá imaginar cómo es esa forma que «sólo ella» tiene de juguetear con su pelo.
Lo que no se escribe, no existe.
Y el hecho de que el autor no se haya molestado en visualizar el comportamiento de sus personajes antes de sentarse a escribir la escena hace que los gestos de Jane no puedan abrirse paso hasta la mente del lector, que sería el ecosistema natural en el que estos gestos deberían vivir.
Dicho esto, tengo que decir que este tipo de escenas funcionan muy bien en textos de corte humorístico. Así que, si tu novela es un hilarante cúmulo de escenas paródicas, siéntete libre de obviar este consejo.
Recuerda que todas las reglas fueron escritas para romperse, y ésta no es una excepción.
¿Has cometido alguna vez este error? ¿Lo has leído en alguna novela? ¡Háblanos sobre ello en los comentarios de esta entrada!
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Gracias por leer…
Hola,
estoy comenzando a leer los posts sobre caracterizacion de personajes
y sobre este ultimo me surge una duda
siguiendo con el ejemplo que pones. hasta que punto es valido que el autor deje deliberadamente esos espacios para que el lector los llene con su propia imaginacion?
muchas gracias por toda tu ayuda y consejos
Es algo perfectamente válido… de hecho hay una técnica llamada ‘la técnica de la cáscara vacía’ que se basa en eso. Lo importante es no hacer lo que a ti te apetezca, sino lo que te exija la historia que vayas a contar. La novela que me traiga entre manos, por ejemplo, es una novela de humor. Una sátira despiadada. De forma que los personajes, a pesar de que tengan profundidad y tengan todos ellos múltiples facetas, están definidos por sólo unos pocos trazos. No necesito describirlos a fondo, porque parto de arquetipos que todos conocemos y el describirlos no aporta nada a la historia más allá de ralentizarla (que no es algo que me interese precisamente en este caso). Ahora: cuando empieza a asomar lo que esconden dentro esos personajes, ahí sí que me estoy extendiendo más, porque mostrar eso en detalle sí que es algo vital para la historia.
Espero que te ayude el ejemplo…
Lo he cometido una vez. Puse algo así cómo "La miró con esa forma tan suya pero a la vez tan ajena.."
Quise dar a entender que sólo él la miraba así, y que esa mirada ya no era suya pues se la obsequiaba a ella. No muchos entendieron TT TT
Lo «bueno» de estos errores es que los hemos cometido todos… y lo que nos queda aún por corregir. El problema de este tipo de expresiones es que, aunque nosotros, los autores, sepamos cómo es «esa mirada tan suya», el lector no puede imaginársela. Está claro que sólo la tiene él, sí, pero… ¿cómo es? Eso es lo que quiere saber el lector. Una vez cumplida esa primera necesidad, podemos decir que no hay nadie más que mire de ese modo, pero lo primero es lo primero 😉
Exactamente no me acuerdo del texto de mi historia, pero si, he cometido ese fallo mas de una vez. Aunque en el segundo borrador los he ido eliminando. Gracias.